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…¿Cuánto vale una naranja?



Sentí gran expectativa en el momento en que se nos pidió llevar a clase una fruta; supuse que el trabajo a realizar sería elaborar un escrito sobre lo que nos motivó a escoger esa y no otra. Entonces, comencé a maquinar cual era la fruta más apropiada, pensé en llevar una uva (una sola pues me pareció algo gracioso), después el banano fue la alternativa, ya que acostumbro a comer uno tras haber realizado ejercicio físico; dudé en si llevar o no una manzana que encontré en la cocina al llegar a casa, y al final; sin dar más vueltas al asunto me decidí por la naranja. Para los que se pregunten el porqué de esta decisión, daré tres sencillas respuestas:


Primero por ser dulce, segundo por su redondez, y aunque me salga del contexto seré sincero al decir, que la tercera y no menos importante razón fue; lo barata en el mercado. Esto último ligado a mí convicción de que todo aquello que no tiene precio o cuyo valor monetario es mínimo; posee un incalculable valor verdadero, y pese a lo incalculable, tan etéreo que se hace imperceptible. De manera que sí en vez de una fruta hubiesen pedido un objeto, quizás hubiera recogido una piedra en el camino, para llevarla a la clase.


Ahora bien, no entraré en detalles sobre los que es una naranja, pues todos la conocemos y sé que en algún momento hemos comido una, además; este no es un texto de carácter científico. Bastará con resaltar la imagen visual que se nos presenta cuando la escuchamos mencionar. En mi barrio, por ejemplo, cuando se menciona esta fruta evocamos los días de domingo; días en que una vecina coloca en la esquina de la calle que está frente a la casa de mi abuela, la típica mesa de madera a la cual ha adaptado un exprimidor manual y un parasol; sobre la mesa, vasos desechables, un platón con agua y junto a la misma, el bulto de naranja.


Ya en la práctica del ejercicio y despejadas mis dudas respecto al paraqué de la fruta; tomé delicadamente la naranja, la observé detenidamente y por su perfecta redondez (a la que ya me había referido antes), la asemejé a la más hermosa creación, (dejo a ustedes que concluyan a que, o mejor a quien me refiero), cerré los ojos, la pasé por mi rostro y sentí una caricia tan suave y fina como nunca antes había sentido, luego la acerque a mi nariz y…; pensé que no podría haber nada más delicioso que ese olor, mas después la lleve a mi boca y supe que estaba equivocado.


Para entonces ya terminaba esta experiencia, lejana de lo inmundo y de lo material, otro despertar, otra prueba de que se puede encontrar un instante de tranquilidad y felicidad, a partir de algo que normalmente se considera tan insignificante como para detenerse a buscarle un sentido distinto al que nos ha sido trasmitido y las más de las veces, impuesto.


De la naranja pude describir su forma, su color, su textura y aún su sabor, pero me fue imposible encontrar algo comparable a su olor; propio y puro, quizás, semejante para todas las de su especie, pero único en cada una.


En mi vida he comido, no pocas naranjas y he tenido, no muchos amores. Algunas dulces experiencias, otras amargas, pero ésta en particular, en la que exploré una naranja y la percibí como algo más que una fuente de alimento me condujo a pensar que, quizás nunca he reparado en buscar la verdadera esencia en una mujer, esencia que va más allá de la imagen bella, de ese ser dulce y delicado; motivo de lucha y razón para existir en el hombre.


Es extraño que un ejercicio tan simple y al alcance de cualquier persona, pueda despertar emociones, alegrías y hasta una sensación de alivio, de descanso, en fin, de relajación; y lo que lo hace extraño, es el hecho de que gastamos nuestras vidas en la búsqueda de bienes materiales, al punto de olvidar regalarnos de cuando en cuando la oportunidad de una nueva experiencia. En este caso, una maravillosa experiencia a partir de algo a simple vista insignificante, pero que cobra valor en la medida que nos conecta con nuestra parte más sensible.


No terminaré sin antes invitar al que ha tenido la oportunidad de leer este texto, a realizar también el ejercicio, a gastar unos minutos de su tiempo en vivir esta experiencia. Son quizás, diez pasos hasta la nevera, cien pasos con cien pesos hasta la tienda más cercana o tal vez una carrera después de asaltar el árbol de un vecino.


Una naranja, una uva, una sandía, tu fruta preferida o la que menos te gusta, en fin, ¡qué más da! Como alguna vez alguien dijo: “Si no lo intento pierdo, pero nada pierdo con intentarlo”.

Nada pierdes con intentarlo y no te imaginas cuanto puedes ganar con ello.


Solo me resta formular un par de preguntas cuyas respuestas, serán la conclusión final de este ejercicio:


¿Cuál es el precio que estás dispuesto a pagar, por hacer un alto en el camino para vivir libre y desmesuradamente unos instantes?


¿Qué te detiene?



…¿Cuánto vale una naranja?