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EL HOMBRE ANÓMALO


Dirás que no lo recuerdas pero estabas ahí aquella tarde y tristemente, debo reconocer que también yo lo estaba… 

- Usted; usted, ¡usted!, ¡usted sabe muy bien quién es usted!

Esa tarde estaba iluminada por la magnanimidad del astro rey y sin embargo; al igual que cualquier otra, para él era una tarde oscura… a tan solo unos segundos de su llegada, aquel joven se mostró tan disgustado que aunque lleno de vitalidad más parecía un viejo amargado. Tal era su rabia que no intentó siquiera disimularla. Sus razones tendría y ¡las tenia!

No hubo uno solo que al verlo, permaneciese indiferente…

Desde el momento en que entró al lugar notó que se rompió la calma, escuchaba cuchicheos y advertía que todos sin mesura alguna le miraban. Camino a su mesa se vislumbró como en una función de circo y en el papel de hombre anómalo. Se sentía tan observado cual vicho raro, que definitivamente no halló paz para almorzar.

Percibía que todos los demás comensales hablaban de él y los precisaba divididos en dos grupos en torno a sí mismo; los unos, esos a quienes les estorbaba su presencia, y los otros, aquellos a quienes les causaba lastima.

Abatido entre la rabia y la melancolía y definitivamente perplejo respecto a quienes repudiar más: si a los unos o a los otros; intentó guardar la calma. Pensó que lo mejor era pedir la cuenta y retirarse. Pasó varios minutos esperando a que el mesero atendiese su llamado, pero, mientras se alargaba la espera; se acortaba su paciencia.

¡Entonces se manifestó la cólera! Aquel que no rompía un plato, está vez quebró la vajilla… Se levantó de manera tan abrupta que la mesa quedo patas arriba, los alimentos por el suelo y la loza en mil pedazos, y gritó: -¿Por qué me miran así?

El silencio fue solemne por un instante, mas pasado el tiempo mismo que dura un sollozo, a la par que los miraba de arriba abajo, con estrepitosa voz se dirigió a cada uno y cada otro.

-          ¿Por qué me mira así? Sí usted, egoísta que quisiera que yo no respirase de su mismo aire, ¡perdone si se lo contamino! y estos cubiertos que muy seguramente habrá utilizado. Y usted, arrogante y soberbio, me mira como si fuese tan poca cosa, ¡qué pena no tener su clase ni condición! y usted presumida, se incomoda con solo verme; muy seguramente contrasto con su exquisitez. Oiga usted lenguaraz que no disfruta de su comida ni de su bebida, solo observa mientras los demás se llenan y se embriagan para tener de que hablar; y usted farsante que me mira de reojo, no siga disimulando su desagrado; está tan lleno de falsedad, que la mentira ya forma parte de su verdad. Usted hipócrita que me sonríe como si le agradara, los dos sabemos que elogia, besa y abraza pero en cuanto uno se vuelve, clava el puñal; y usted, antipática mujer que no se mide en comentarios ni gestos de desprecio, ¡excuse si la asusta mi aspecto!. Usted glotón siga comiendo tranquilo, no le voy a pedir ni mucho menos a quitar. ¡Oiga usted! prejuiciosa hija de Hitler que no oculta su rechazo, como me gustaría que anduviese en mis zapatos, entonces, otro gallo cantaría. Usted impertinente, ya elaboró su propio concepto de lo pobre que soy y lo miserable que debo sentirme, ¿qué sabe de mi vida?, solamente lo que su mentecata mente alcanza a imaginar. Y usted que presume de justo, acaso ¿ha brindado el trato que espera recibir?; y qué decir de usted, se muestra tan altruista y vive arreglándole la vida a los demás; solamente busca maneras de evitar enfrentar sus propios problemas. Y que de usted obstinado que se empeña en rendirme pleitesía, ¡entienda!, lo que quiero es pasar desapercibido. ¡Ah! y usted que se muestra como alma compasiva, se ha preguntado ¿cómo me siento cuando me miran con lastima? ¡Créalo!, eso no me hace ningún bien.

Y así continuó por largo rato, dirigiéndose a cada uno y cada otro. 

- Usted, usted ¿Cuál es usted?, ¡ha! usted el que… y usted es la que… ¡usted!, ¡usted sabe muy bien quién es usted!

Finalmente, cuando la melancolía superó la rabia, con el corazón tan lastimado como el de aquel quien sintiéndose lleno de vida, le revelan que sufre una enfermedad terminal; se echó a llorar y gritó una vez más…

-¡No los quiero volver a ver en mi vida!

Por fin dejó de mirarlos y al momento que se retiraba del lugar… recordó que era ciego de nacimiento.

¡La rabia es una emoción tan salvaje que puede cegar hasta un ciego!...

Ahora que ya has hecho memoria, sabes que estabas ahí aquella tarde, no sé si en el grupo de los unos o lo otros, pero ¡estabas! Por mi parte, reconozco tristemente que estaba en medio de los otros.

¡Cuán diferentes nos hace la luz!

Sí, definitivamente el hombre quiso que todos entendiéramos como se sentía, y como se sienten aquellos que pese a que viven en condiciones de pobreza o presentan alguna discapacidad física; luchan por llevar una vida normal y ¡la llevan!, hasta que las miradas de unos y otros dicen lo contrario.