Dónde quiera termine tu vida, está
completa
Montaigne
De la fe católica
heredada de mis abuelos y mis irresolutas convicciones, arraigo de la suerte de
creencias con las que me he cruzado a lo largo de los años; me viene al
recuerdo que no pocas veces he escuchado o leído: todo está escrito.
Ahora bien, no teniendo
cerca con quien entablar conversación, para buscar un mínimo de explicación o
un destello de claridad sobre tal afirmación, me ha dado por poner en práctica
lo que he osado en llamar: una introspección dialéctica.
De manera que, entrando
en materia, si cual el niño tan rebosante de curiosidad como de imprudencia que
fui, osaré preguntar ¿y quién lo escribió?, y si mi abuela estuviese cerca,
seguramente respondería, la mano de Dios. Y si yo continuase con el
interrogatorio y preguntara luego, ¿y dónde lo escribió?, la abuela seguramente
respondería, en el libro de la vida. Ante eso, muy seguramente yo le
preguntaría ¿dónde está ese libro? En ese momento, la abuela iría hacia su
mesita de noche, del único cajón que esta tiene, sacaría su biblia para
ponérmela en las manos y yo... seguiría dudando, pero calladamente.
Como tantas veces ha sido
demostrado que hecha la ley, hecha la trampa; en otro contexto, si entablase un
debate público, a los pocos minutos de haber comenzado, habría que dar la
palabra al intelectual de turno, y este a voz en cuello, intentaría responder a
una pregunta con otra: ¿y qué hay del libre albedrío?, tras lo cual, los
minutos se convertirían en horas y la multitud en tal cual desocupado o
desprevenido y la incertidumbre no habría de haber desviado en un ápice su
curso, porque todo eso, así estaba
escrito.
Por otra parte, en casos
que para nada podríamos denominar aislados, ante la creencia de que en
determinada fecha se acabaría el mundo, diversas comunidades, doctrinas o
sectas religiosas, han incurrido en suicidios colectivos y el mundo ha quedado
atónito mientras los que murieron,
murieron creyendo que esa era el último de los últimos días, porque así estaba
escrito.
¿Es acaso tan grande la
imaginación de los hombres que a modo de histeria colectiva creemos movernos a
voluntad, mientras somos movidos por los hilos del azar?
No habiendo encontrado
una respuesta o un argumento que se ajuste a cualquiera de las posiciones
dialectales que surgen en torno a la afirmación inicial, solo puedo por ahora
pensar en la respuesta definitiva que obtendría de la abuela: Solo
Dios sabe.
Al fin que ya estaba
escrito que yo escribiría este documento, el día en que lo publicaría, y todo
lo demás, como que hoy no harías un acto de bondad, no pronunciarías un te amo,
no recordarías a tu abuela, ni un momento feliz de tu niñez. Pero, hoy leerías
este texto y tendrías una excusa para pensar en cosas que hacía tiempo no
pensabas, llamar a un amigo o una amiga con quien hace tiempo no conversas, sonreír
sin motivo aparente, cerrar tus ojos solo por ver que ves, jugar un poco a lo
que sea, hacerte el tonto o la tonta e ignorar por un rato cualquier cosa que
te aqueja y, hasta estaba escrito que, mientras, para escapar de la
incertidumbre yo recogía unas cuantas de las hojas de hierba que a su paso dejó
Whitman, Henley gritaría en
mi oído…
I am the master of my fate,
I am the captain of my soul.