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LA CULTURA DE LA PAZ I


No conozco de tal o cual especie es un árbol, pero al parecer mi hijo sí…

Un día, mientras caminábamos por el bosque (nombre con el que se conoce a uno de parques de la localidad Rafael Uribe Uribe, en la cual habitamos), Juan Andrés, mi hijo mayor, me dijo:

-¡Mira!, ese es un árbol de paz.

Aquellas palabras, me condujeron a pensar que aunque icónicamente la conocemos de blanco, la paz también se viste de verde; puede vérsele de azul o negro según la tinta del esfero o de otro color según el contexto; no obstante, lo que es en verdad más importante que el color, es que la paz se siembra, se canta, se actúa y se baila, se escribe y se recita; se retrata, se graba, se dibuja, se esculpe y hasta se cuenta en viñetas.

Las diversas expresiones artísticas y culturales desarrollan vocaciones, generan esparcimiento, sana diversión, motivan a la participación, promueven la convivencia y entre esto y aquello; mitigan los actos de violencia.

Abordando la cultura no desde la mirada a las costumbres y saberes heredados, sino desde su acepción a nuestro comportamiento como individuos (la manera de relacionarnos con los demás y el entorno, aspecto que se convierte en reflejo de quienes somos como personas); hemos de entender la cultura de la paz como la postura que asumimos en los diferentes escenarios y ante las diferentes situaciones que construyen nuestro día a día, y que partiendo de los procesos artísticos y las prácticas culturales que acogimos como parte de nuestras vidas, dan fe de la voluntad de cultivarnos como personas y contribuir en subsanar los quebrantos sociales que amenazan la vida.

La paz la hacemos todos de eso no hay duda, mas si la pregunta es ¿Cómo?...

He de decir que desde nuestro entorno y lo que cada uno hacemos: el trabajo, el estudio; el cuidado del medio ambiente; desde las diferentes expresiones artísticas que nos apasionan y las diversas manifestaciones culturales que nos motivan, y por supuesto desde nuestra actitud de rechazo frente a la discriminación, la opresión, la inequidad, la explotación y la injusticia. 



La cultura de la paz no equivale a pasividad.

Aunque es una posición válida, no podemos ser indiferentes en lo que a todos nos concierne. Desde lo individual lo estimable en este asunto, es el compromiso y la voluntad.

La cuestión no es sentarnos a esperar a que otros lo resuelvan, ni cruzarnos de brazos y tratar de no incomodar a nadie para que nadie nos incomode; pues, la paz es un tema colectivo y si somos conscientes de ello; coincidiremos en que lo que hay que hacer es actuar. Involucrarnos con responsabilidad y compromiso, en actividades que a la vez nos enriquecen como personas y aportan a una mejor convivencia. Por supuesto, en tanto no rebasemos los límites que el respeto precisa, y seamos conscientes de que otros transitan por el mismo camino que nosotros; aunque quizás nuestro modo de andar sea diferente y quizás ajeno a su gusto y viceversa.

Así es que; mientras otros dialogan, sigamos nosotros promoviendo acciones que por medio del arte y la cultura; en asuntos de paz, alcanzan un mayor impacto y cuestan menos que unas vacaciones en La Habana. Ya lo dice el viejo y conocido refrán: “es mejor prevenir que… tener que hacer o recibir visitas en el hospital, la cárcel o el cementerio.



No hay camino para la paz, la paz es el camino
Mahatma Gandhi