“La palabra utopía no debería existir porque no hay
nada imposible”
Juan Andrés a sus 12 o 13 años.
Apuesto
a que en no pocas ocasiones te has preguntado qué serías hoy si hubieses tomado
tal o cual decisión distinta. Sí, muchos pregonan a los cuatro vientos ser
felices con lo que son, pero ¿realmente existe alguien que conozca la plenitud de
una palabra que no puede ser un casi, ni mucho menos algo a medias, porque sencillamente
no sería eso, sino muchas posibles cosas ajenas al consabido concepto que en
nuestros días más grises consideramos utópico.
Pero,
“La palabra utopía no debería existir”
De manera que, como no es la felicidad, sino la utopía la palabra que motiva estas y las siguientes líneas...
Solía decirle a mi hijo que podría hacer
absolutamente todo lo que se propusiera, si quería volar, pues que volara, que
todo estaba al límite de su confianza, de su capacidad de creer; y yo, que
pretendía enseñarle algo, terminé aprendiendo.
Mi hijo, que un día “de cuya fecha no puedo acordarme”, mientras íbamos en bus para donde tampoco recuerdo, me creyó; lo supe al escucharle aquellas palabras que aquí hacen las veces de epígrafe y son, aunque me extravié en el camino, el trasfondo.
“La palabra utopía no debería existir porque no hay nada imposible”
Hoy,
Juan Andrés ya tiene un trabajo y unos objetivos claros, es autónomo y hasta me
da lecciones de finanzas, bueno, eso de finanzas quizás es mucho decir, ya que
por ahora solamente gana medio mínimo, pero de que lo sabe administrar, lo
sabe. No así su padre, que ha perdido la cuenta de muchas cosas y el interés de
otras tantas. Pero eso sí, si algo no ha perdido, no del todo por lo menos, es
su capacidad de sorprenderse, y esto gracias a que del todo no ha dejado morir su
niño interior y continuamente le da tanta libertad que termina actuando como lo
haría él, y eso no estaría mal, no del todo, si no fuese porque lo hace en las
situaciones menos indicadas, como, por ejemplo, cuando pasa todo un día de un
lado para otro haciendo saltar una pelota o como, cuando por las calles recoge
una piedrecita y la conduce por las paredes de las casas cual carrito. Sí claro,
incluyendo el rum, rum, rum, ruuuuuuuuuuuuuum... Ya imaginarán las caras de los
que lo ven, pero les aseguro que aquello no es locura, o por lo menos no una locura
insana, es la manifestación de otro niño que tampoco creía en imposibles.
¡Vaya
que me hace quedar mal ese chino verriondo! Yo ya no le pongo mucho cuidado y
menos le llamo la atención, lo dejo ser y ya.
La
verdad es que eso quisiera, pero no es tan así, no del todo. Sí le permito
ciertas licencias como jugar con su amigo imaginario, leer cuentos y poemas que
no siempre son para él, también ver los dibujos animados y comer golosinas y,
sin embargo, las más de las veces lo asfixio, dejo que se atragante con sus
pensamientos y buenas ideas, porque irónicamente, como muchas veces hacemos con
nuestros propios hijos, consideramos más importante otras cosas, pues, “son por
su bien”, pero que bien les hace que nos pasemos la vida haciendo esas cosas y
asegurándoles que pronto tendremos el tiempo para escucharlos y jugar con
ellos, hasta que miramos atrás y notamos con cruel desolación que debimos
haberlo pensado mejor y dedicarles esos momentos que ni Wells con su máquina
nos haría posible recuperar.
Empero,
no podemos olvidar que la palabra utopía no debería existir, porque si la convicción
me lo permite podré volar “hasta el infinito y más allá” ¡no!, tampoco, por ahí
hasta dónde están mis hijos para que enseñen a su padre a no ser como
el cura del dicho que de seguro alguna vez soñó algo distinto
para sí. Falta ver si su niño le aprueba la decisión que lo tiene ahora instruyendo
a otros en cosas que no es capaz de poner en práctica.
Y
yo que aún creo en las palabras de mi hijo surgidas de algo que trataba de
enseñarle, he olvidado lo que trataba de enseñarle, o más bien he dejado de creer
en ello, bueno, no del todo, es solo un lapsus de días grises.
Pero
bueno, me gustaría saber, aunque seguramente no lo sabré, el verdadero tú que
anhelaba tu niño o niña interior.
Ahora
que, si también tú lo has olvidado, o has dejado de creer en ello por lo que sea
que ahora eres, pregunta al niño o la niña que sigue por allí esperando a que
le permitas asomarse a través de tus ojos, cantar con voz chillona, saltar un
charco, pero con el suficiente atino para caer en la mitad y reír con el rostro
enlodado. No le des más largas, vuelve a
ser astronauta, superhéroe o superheroína; conviértete en Goku o la mujer
maravilla, y luego, sigue permitiéndole a tu peque interior aparecer de cuando
en cuando para que te recuerde que “la palabra utopía no debería existir” y te muestre
el verdadero valor de muchas cosas que sí “valían la pena” y costaban tanto
menos, o para que al menos, el recuerdo nos regrese aquellas palabras en las
cuales sí deberíamos continuar creyendo, como cuando éramos más niños y no con el fervor
con que hoy concebimos ciertos e ineludibles tantos supuestos, en pro de lo que
será mañana, porque, ¿será mañana? No le des más largas.
De
cualquier manera, ya es algo tarde y la semana estuvo agotadora, así que mejor
un rato de esparcimiento. ¿Y el niño? ¡Qué no moleste más por ahora porque
merezco un descansito!
...
¡No, claro que no!, de ningún modo podría habérseme olvidado todo aquello de lo que venía hablando. ¡Prometo que mañana! >:(